Enric Bataller

Se cumplen cien días desde que consiguió ser investido como Presidente del Gobierno, por segunda vez, un señor que ostenta cargos políticos institucionales desde 1981. La primera investidura la obtuvo fácilmente, a fines de 2011, gracias a la abultada mayoría parlamentaria que la ciudadanía le entregó cuando se hartó del negacionismo de la grave crisis reinante practicado por el señor Zapatero; mayoría que Rajoy convirtió en rodillo al servicio de una auténtica involución en materia de derechos sociales, libertades ciudadanas y armonía territorial. Tras cuatro años de espanto para la salubridad democrática, el resultado evidente fue el aumento de la desigualdad, la disminución numérica de las clases medias y una emigración de jóvenes cualificados como no se veía desde la década de 1960. Como la ciudadanía no es estulta, en las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 el PP perdió un tercio de sus diputados y se quedó con sólo 123, en un Congreso donde se ha reinstalado una pluralidad que recuerda los inicios de la andadura democrática contemporánea.

Una lectura correcta de la situación política europea, necesitada de un realineamiento de las izquierdas, habría facilitado la implantación en Madrid de un gobierno de cambio equivalente al que representa, con mucho éxito, el experimento de mestizaje del valenciano Govern del Botànic. Viejos clichés, angustias existenciales y problemas internos del principal partido opositor acabaron por frustrar tal posibilidad, y ello fue aprovechado por aquel que no parece tener otro valor en política más que el de la continuidad.

Afortunadamente, muchas cosas se han movido en el conjunto del Estado gracias al empuje de la calle y de la nueva mayoría parlamentaria. El rodillo ha desaparecido, y ahora asistimos a continuos revolcones del PP en el Congreso, los mismos que han permitido que la Prestación de Ingresos Mínimos, para las personas en desempleo sin acceso a ninguna prestación, ya esté en el horizonte de los logros de la presente legislatura, al igual que lo están la derogación de la Ley Mordaza y de la LOMCE, la construcción de un sistema justo de financiación autonómica o la subida del Salario Mínimo Interprofesional. Si mala es la situación para el gobierno de Rajoy en el pleno del Congreso, peor lo es en sus comisiones, donde la aritmética le resulta más claramente desfavorable, lo que nos ha permitido ir avanzando en numerosas propuestas de progreso en el ámbito de la cultura, el medio ambiente, la justicia o la educación.

En el plano exterior, no parece que Rajoy sea el líder capaz de ofrecer alternativas al marasmo en que se sume la Unión Europea, ni que esté por la labor de propiciar alianzas para plantar cara al populismo, por supuesto que de extrema derecha, que nos amenaza ahora, bien se trate de Trump o de alguno de los ultras que padecemos en nuestro continente. Ni tampoco creo que esté en condiciones de liderar una colaboración con el espacio Asia-Pacífico que no sólo sirva para los intereses de los grandes grupos empresariales sino para incorporar los valores de la democracia y la igualdad como activos en las relaciones internacionales.

Toca ahora vencer las inercias de muchos años de bipartidismo, esas que han empobrecido el debate político y que, aun ahora, parece que obligan a frenar los cambios necesarios a causa de un mal entendido “sentido de estado” que sigue negando la evolución natural de las sociedades.

Sinceramente espero que, sin estridencias pero con evidencias, aquellos que por activa o por pasiva permitieron el 29 de octubre pasado que Rajoy volviera a alcanzar la Presidencia, acaben convenciéndose de que estamos ante un gobierno carente de fuerza e ilusión, y que no representa más que a un segmento minoritario de la población que se resiste a entender que la España actual es mucho más densa, compleja y abierta de lo que predican sus voceros. Cuando esto se entienda, todos saldremos ganando.